Lo suelo comentar con los clientes que acuden a mis entrenamientos de oratoria: el éxito de un buen orador estriba en enseñar, mover y deleitar. Tratemos pues de dominar la elocuencia que no es otra cosa que "la facultad de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir". (DRAE)
Podemos entonces afirmar que dos cuestiones han de confluir en un orador: la razón y el corazón. La razón para convencer y enseñar, y el corazón para conmover y persuadir. Y ¿cómo adiestramos a la razón y al corazón? ¿Cómo alimentamos la elocuencia? ¿Qué talentos necesitamos para concluir que podemos abordar dignamente el arte de la oratoria? A continuación repasamos algunos de ellos que se proponen desde antiguo por quienes dedicaron esfuerzos al conocimiento del ser humano.
El primero de ellos, la sabiduría. Difícilmente conseguiremos trasladar nuestro mensaje si no conocemos su contenido, si no hemos pensado y reflexionado sobre él. El gran poeta Horacio reconoció que la sabiduría era principio y fuente de escribir bien. Una sabiduría que va más allá de la simple erudición. Por lo tanto conozcamos aquello que queremos transmitir para que, ayudados de nuestra propia reflexión, podamos elaborar nuevas ideas sólidas, nuestras propias ideas.
La imaginación. Se trata de un talento que nos permite reducir a imágenes nuestros conceptos abstractos. La experiencia vivida y nuestra memoria ayudarán mucho a este fin. Resulta muy interesante, utilizando las dosis y ejemplos prudentes y sin excesos poéticos de imaginación, comprobar cómo un orador es capaz de conmover los ánimos de un auditorio. En nuestro objetivo de persuadir, nos daremos cuenta que ocupa un lugar de similar importancia la imaginación y la razón. No basta con la verdad porque no se entiende lo que no se puede imaginar, no se comprende lo que no se siente y no se persuade a quien no se le conmueve.
Los sentimientos. O los afectos. O por mejor decir, el ánimo. Empezando por el propio. ¿Cómo podremos conmover el ánimo de quien nos escucha si tenemos el nuestro apagado? Podremos expresar con calor aquello que sentimos con entusiasmo. Nos ayudará a expresarnos el calor del corazón y la naturalidad de emocionarnos con lo que sentimos. La sencillez ayudará a intensificar el afecto. Si además somos capaces de combinar corazón e imaginación, seremos capaces de completar la mezcla necesaria para persuadir aún cuando tengamos carencia de alguno de los dos elementos. Recordando lo que leí en un viejo manual, la prueba de que los momentos más sublimes vienen dictados por el corazón y no por algo preparado con la frialdad de lo artificial, es que los enamorados olvidan fácilmente lo que dijeron a su amado el día anterior porque lo dijeron fruto del sentimiento y no del estudio.
El ingenio. Efectivamente: la capacidad del hombre para discurrir es otro de los talentos de la elocuencia; probablemente sea el principal porque
se trata de una disposición natural, nacida con nosotros mismos. Esta fuerza es la que nos hará crear y producir nuestras propias ideas, nuestros propios mensajes, nuestros propios pensamientos. Con ingenio se encontrará la defensa en el ataque; con ingenio se encontrará la salida al éxito en la adversidad. Por cierto, el ingenio no es la extensión de la memoria, aunque en ocasiones el ingenio puede suplir a la memoria, cosa por otra parte poco recomendable para no caer en brazos de la improvisación, enemiga mortal de cualquier persona que haya de presentarse en público con su palabra.
Y hasta aquí. Lo siguiente sería hablar de los componentes de la expresión. Pero eso será ya otro día...
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