Sin duda que lo de Yolanda Díaz tiene mucho mérito. Tras su visita al Vaticano aún más.
Después de leer este fin de
semana a muchos colegas y maestros sobre comunicación política, protocolo e
imagen y más allá de detalles en los que podemos estar más o menos de acuerdo,
lo que parece evidente es que la izquierda a la izquierda del socialismo tiene
un nuevo icono femenino que quiere explotar y exportar.
En línea con las consignas de Sao
Paulo o con la estrategia china de combatir a occidente desde el capitalismo,
la nueva líder del comunismo español le aporta suavidad, modernidad y hasta dulzura
en la indumentaria, los gestos y palabras; hasta en los mensajes, diría yo. Veremos
si ello convence a sus huestes y no se le va por un lado lo que quiere ganar
por otro. De momento las cámaras, los flases y las tiendas de moda la quieren y
está siendo tal éxito que tiene de los nervios a la mismísima ministra Calviño.
Sin embargo, lo que me tiene aún más perplejo es la actitud de Francisco. En lo que hemos podido ver a través de los medios de comunicación se producen dos hechos que son generosos y no casuales por parte del Papa porque no se producen con frecuencia.
Uno es la duración de la
audiencia, nada más y nada menos que cuarenta minutos; el otro, para mí el más
significativo, la forma en que se produjo: sentados en esquina (de la mesa),
propio de la voluntad de acercamiento (y alejamiento del resto) y búsqueda de
sintonía entre los interlocutores.
Con todo ello, lo de la emocionada
Yolanda Díaz llamando a Francisco Santo Padre, saludándolo en modo “guante” y
sonriendo permanentemente sabemos a qué responde. Pero... ¿lo del Papa? ¡Veremos!.