No, esta entrada no va de la rasgadora poesía del bilbaíno Blas de Otero y que con tanta fortuna popularizó Ana Belén. Hoy voy a hablar de la siempre elegante y tan de moda puesta últimamente por nuestros políticos: la camisa blanca propiamente dicha.
Como no puede ser de otra forma, soy un convencido de que todo, hasta el más mínimo detalle importa a la hora de comunicar porque habla por nosotros. Es más, pienso que, en la mayoría de las ocasiones, nuestra imagen habla antes que nuestra voz.
Nuestra ropa es lo primero que un desconocido ve de nosotros; antes que escucharnos o ver cualquier tipo de gesto corporal.
De ahí que sea un ferviente seguidor de dedicarle tiempo a qué, cómo y cuándo ataviarnos con determinadas prendas.
Por otro lado, de todos es sabido que el blanco simboliza pureza, inocencia, paz y pacifismo, limpieza y frescura, incluso alegría. Por eso mismo, una camisa blanca debería haber sido una prenda habitual entre la clase política años atrás. Pero, hete aquí, que como la camisa blanca era, como decían las abuelas, la prenda más elegante para cumplimentar un traje, cuando en España se llevaba la contra-elegancia, las camisas blancas quedaron para los pocos que, a propósito, exhibían su elegancia acoplándola a un traje y a una corbata.
Y así se creaban tendencias, incluso, entre los correligionarios y seguidores de los partidos políticos. ¿Quién no recuerda las chaquetas de pana y camisas de cuadros de González? ¿o las camisas de rayas de Aznar? En ocasiones nos servían hasta para identificar silenciosamente la tendencia del sujeto que teníamos delante vestido de esa guisa.
¿A dónde quiero ir a parar? Pues a que desde que llegó Obama y lo mesiánico se puso de moda, no hay político que se precie que no desfile en público con camisa blanca, mayormente sin americana y sin corbata. Y, sinceramente, tanta uniformidad me despista. Incluso pienso que empieza a perder eficacia; como si viera un montón de soldados del ejército imperial. Se me hace difícil distinguir al "bueno" (por la vestimenta, claro está).
Pero, la verdad, por lo que hoy escribo este "post" es porque llevo 20 años recomendando no asistir a los platós de televisión con camisas blancas porque producen destellos, transmiten frialdad e interfieren en el espectador a la hora de percibir los gestos del rostro. Y ahora, de repente, todos de blanco a las televisiones. Sinceramente, me he debido perder algún capítulo porque no lo entiendo.
Sigo pensando que el blanco (mucho más si no se acompaña de corbata o/y americana) sigue siendo un color que debería estar prohibido en televisión salvo para los anuncios del "yo lavo más limpio".
El ojo y la mente humana necesitan de colores para moverles a la acción y al sentimiento.