No, esta entrada no va de la rasgadora poesía del bilbaíno Blas de Otero y que con tanta fortuna popularizó Ana Belén. Hoy voy a hablar de la siempre elegante y tan de moda puesta últimamente por nuestros políticos: la camisa blanca propiamente dicha.
Como no puede ser de otra forma, soy un convencido de que todo, hasta el más mínimo detalle importa a la hora de comunicar porque habla por nosotros. Es más, pienso que, en la mayoría de las ocasiones, nuestra imagen habla antes que nuestra voz.
Nuestra ropa es lo primero que un desconocido ve de nosotros; antes que escucharnos o ver cualquier tipo de gesto corporal.

Por otro lado, de todos es sabido que el blanco simboliza pureza, inocencia, paz y pacifismo, limpieza y frescura, incluso alegría. Por eso mismo, una camisa blanca debería haber sido una prenda habitual entre la clase política años atrás. Pero, hete aquí, que como la camisa blanca era, como decían las abuelas, la prenda más elegante para cumplimentar un traje, cuando en España se llevaba la contra-elegancia, las camisas blancas quedaron para los pocos que, a propósito, exhibían su elegancia acoplándola a un traje y a una corbata.
Y así se creaban tendencias, incluso, entre los correligionarios y seguidores de los partidos políticos. ¿Quién no recuerda las chaquetas de pana y camisas de cuadros de González? ¿o las camisas de rayas de Aznar? En ocasiones nos servían hasta para identificar silenciosamente la tendencia del sujeto que teníamos delante vestido de esa guisa.




El ojo y la mente humana necesitan de colores para moverles a la acción y al sentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario