Siempre me gusta hacer balance
del año que termina. A modo de desahogo, si tengo tiempo y lo plasmo en unos
párrafos, me gusta compartirlo con quienes por diferentes razones estáis
conectados conmigo a través de las redes sociales. Debo decirte que, al margen
de la felicidad personal que siento como individuo por seguir, un año más,
disfrutando del amor y del cariño de los míos, como ciudadano me siento
abatido.
Me gano la vida en el ámbito de
la comunicación, ayudando a que personas y entidades comuniquen con eficacia y lo que veo y analizo desde mi óptica profesional me lleva al abatimiento.
Me siento abatido porque veo a mi
alrededor el auge de técnicas de ingeniería social y de comunicación más
propias de los totalitarismos que de las sociedades democráticas que llevan al gran
colectivo a permanecer prácticamente narcotizado. La claridad, la credibilidad
y el corazón (salvo los instintos) están dejando paso a la falacia, la
agitación y la propaganda.
Me siento abatido porque la
palabra del año es polarización. Nada bueno puede resultar de una sociedad
donde, gracias a su clase política, la están forzando a partirse en dos. Donde
el sectarismo y la militancia están más a la orden del día que nunca. Solo
podemos esperar crispación.
Me siento abatido porque hay dos
conflictos bélicos que afectan muy de cerca a nuestra vieja Europa que no se
solucionan. Uno ha pasado a un segundo plano y parece que ya asumimos su
presencia como mal necesario y otro donde las atrocidades cometidas no importan
tanto como inducir al colectivo a favor de unos en contra de otros, olvidando
las causas que lo provocaron.
Me siento abatido porque ya no
hay límites ni líneas rojas y desde el poder se amasan las voluntades
ciudadanas con técnicas de comunicación (y acciones) que blanquean a la carta,
sobre todo ante las generaciones más jóvenes, postulados y personas que, sin
ninguna duda, tienen por objetivo subvertir nuestro sistema de organización
social.
Me siento abatido porque hace
unas semanas nos dejó una gran persona que, además, encarnaba como nadie el mayor
símbolo de la concordia: socialista, católica, española y de Valladolid. Ahora
que descansa para siempre en el panteón de personas ilustres de su ciudad,
desgraciadamente, nadie la pondrá como ejemplo de convivencia porque será mejor
recordarla como “la chica yeyé”.
Con este panorama, imagino que, a
poco, el próximo año será mejor.
¡Feliz 2024!
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