Cuestiones ideológicas al margen,
lo de Ayuso en “El Hormiguero” estuvo rozando la perfección desde el prisma de
la comunicación. Si de comunicación eficaz se trata, Ayuso cumplió y dominó, con
creces, lo que yo vengo en denominar las 3 ces de la comunicación: claridad,
credibilidad y corazón (emociones).
Comunicación verbal,
paralingüística y no verbal al servicio de la comunicación. Y todo ello, ejecutado
con la madre de todas las habilidades sociales (¿o no es una habilidad?) que
encumbra a los líderes potentes: la naturalidad. Una naturalidad insultante. Una
naturalidad no fingida que le hace creíble (Es muy difícil fingir el rubor y
Ayuso se ruborizó, al menos en un par de ocasiones). Una naturalidad que al
propio Kennedy le hubiera llevado a comprarle su coche usado a diferencia de lo
que hubiera hecho, en su momento, con el de su contrincante Nixon.
Su comunicación verbal fue en todo momento fluida, sencilla y comprensible, con frases cortas, sin subordinadas, sin estridencias y sin muletillas. No reusó ni esquivó tema alguno desde el punto de vista del contenido.
La parte de comunicación
paralingüística, en mi opinión fue magistral. Tono coloquial sin llegar al
compadreo, uso de silencios oportunos que enfatizaban sus mensajes, uso de
diferentes tonos en función del tema del que estaba hablando, pero sin perder,
nunca, la serenidad y con especial habilidad su uso de la ironía cómplice con
el público del plató (y de casa).
En cuanto al aspecto no verbal,
desde su entrada a la indumentaria, pasando por un contacto visual permanente
con el entrevistador y con el público, la cantidad de registros faciales y el
acompañamiento de sus manos, hasta su permanente sonrisa, Ayuso consiguió ser
lo que, a día de hoy, la mayoría de ciudadanos buscamos en el líder político:
creíble, natural y empático.
Ayuso construyó, en 60 minutos,
el relato de una política responsable, que asume el dolor y acompaña en el
dolor como parte de sus responsabilidades, que a cambio de votos devuelve
preocupación por los problemas y necesidades de las personas, que le interesa
más la vida de la gente y el bar de abajo que los despachos, una política sin
complejos que dice lo que piensa, que trabaja en equipo y se muestra en
libertad y sin ataduras. Tanto que hasta confesó (a sus antiguos compañeros de
facultad Trancas y Barrancas) tener un segundo tatuaje.
Y además de todo ello, demostró que, efectivamente, es una apasionada de la música española de los 80 y 90. Difícil
hacerlo mejor.
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