De todo lo visto y oído en los
últimos días, me quedo para traer a este rincón de opinión, con el mensaje de
S.M. El Rey Felipe VI dirigido a la Nación el pasado martes día 3 de octubre.
Permanentemente insisto a quienes
asisten a mis entrenamientos, que 10 minutos deben ser suficientes para dejar
claros nuestros mensajes en una reunión, en una mesa de negociación o en una
rueda de prensa. A partir de esta semana hablaré de 6.
Seis minutos fueron suficientes
para S.M. El Rey. Seis minutos para explicar nítida y contundentemente lo que
como jefe del Estado quiere de las instituciones y de los españoles. Seis
minutos para tranquilizar la conciencia colectiva y los espíritus individuales
de quienes desean que el orden constitucional se mantenga en nuestra Nación.
Como siempre (y en mi humilde
opinión) intentaré ceñirme a un análisis técnico desde la perspectiva de la
comunicación.
Desde el punto de vista de la
estructura de su discurso:
impecable. La excepcionalidad de su intervención y la situación que vive España
con el asunto de Cataluña no hacía necesaria una captación de la atención
de quien estaba al otro lado de la televisión o radio. En todo caso no deja
pasar la oportunidad alertando de la gravedad (4”). Esta misma
referencia hace partícipe al oyente de cuál es el motivo fundamental de su
intervención.
A continuación narra y describe
los hechos
(13”) acaecidos durante las últimas semanas para enmarcar de una manera
perfecta cuál es el escenario ante el que nos encontramos.
Una vez llevada a cabo la
narración, se dispone a confirmar rotundamente sus posiciones desgranando sus propuestas
y sus argumentos, (2’ 37”) además de desmontar los de
quienes están en proceso de golpe de estado a la democracia española.
Por último (5’ 31”) se despide
remarcando los mensajes fundamentales que quiere trasladar al pueblo español y
remata trasladando emoción a quien le escucha ofreciendo su entrega personal al
entendimiento y la concordia.
El uso de frases cortas y
sencillas, de lenguaje conciso y claro, sin abuso de recursos retóricos, junto
con una dicción clara, otorgan al discurso, desde el punto de vista verbal, una mayor profundidad y
seriedad exigibles a ese momento. En resumen también impecable.
Si analizamos el lenguaje paralingüístico, nos encontramos
con un ritmo pausado, cambios de entonación adecuados a “momento enfado”, “momento
convicción” y “momento emoción” (por ejemplo a la hora de describir la deslealtad de las instituciones catalanas, sus palabras expresas a
los catalanes o sus referencias a la unidad de España). El volumen ha sido el
adecuado para que no pareciera que le estaba hablando al “cuello de la camisa”.
Sus silencios a lo largo de la intervención han conseguido no hacer perder la
atención ni un solo segundo y centrarla en los diferentes mensajes. Es decir:
impecable.
En cuanto a su lenguaje no verbal, es evidente que
nuestro Monarca progresa a pasos agigantados. Convirtió en protagonista la
herramienta que un ser humano (sin limitaciones físicas) posee: sus manos.
Especialmente expresivas en los momentos importantes, manejando casi a la
perfección cada instante, nos descubrió el repertorio básico de lenguaje
gestual. Manos abiertas, manos mostrando el camino, manos enumerando, manos acotando,
manos advirtiendo, puños reafirmando…
Su expresión facial, a pesar de
la barba, también trabajó y nos mostró su enfado, su tristeza, incluso su
rabia. La mirada fija en la cámara acompañó también sus mensajes, especialmente
esos momentos emotivos donde quiso llegar al corazón de los españoles
transmitiéndoles tranquilidad y confianza. Por cierto, me parece un gran
acierto la realización. Que sólo se dirigiera a una cámara fija en todo
momento, sin cambios de plano, sin zoom etc., mantiene la atención del público
y concede al momento profundidad, seriedad y trascendencia.
La indumentaria elegida no pudo
ser más correcta para la ocasión. Seriedad y firmeza en la elección del traje negro.
Trabajo y esfuerzo, poder y lealtad en la elección de la camisa blanca. Pasión
y vitalidad, “marca España” y, sobre todo, el color identificativo de su
estandarte, en esa corbata granate.
Finalmente, la puesta en escena sobria, sin demasiados
elementos que distrajeran la atención más allá de unos papeles y su ordenador personal,
centran la imagen en lo importante: la figura del Monarca. Un acierto la
colocación de las banderas a su lado izquierdo, para que de esa forma,
manteniendo el protocolo, quedara visible nuestra bandera nacional (de no
haberlo hecho así, hubiera adquirido mayor protagonismo la europea). Y por
ponerle un pero…, mejor haber colocado un sillón fijo para evitar de manera
total los pequeños movimientos que se generan de forma inconsciente cuando
estamos sentados en un asiento giratorio.
No sé lo que ocurrirá en adelante
ni a qué retos nos tendremos que enfrentar para que España no se rompa pero,
sinceramente, creo que Felipe VI ha hecho bien su trabajo, muy bien; e insisto,
6 minutos son suficientes.
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