viernes, 1 de mayo de 2020

La “nueva” normalidad de la comunicación política


Llevo muchos años convencido de que una buena comunicación se basa en tres pilares fundamentales, tres troncos de los que pueden salir varias ramificaciones: la claridad, la credibilidad y el corazón (las emociones). Las tres “C” de la comunicación.
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En estos tiempos, en los que se nos viene advirtiendo de una “nueva” normalidad, eufemismo admitido para avisar que las cosas van a cambiar, nos guste o no, tengo la amarga sensación de que una nueva normalidad en la comunicación política e institucional se quiere abrir paso. Y, ojalá, me equivoque.

Las ramas de esos troncos, claridad, credibilidad y corazón, crecían proporcionando relato, entretenimiento y valor emocional a liderazgos, partidos, gobiernos y asuntos públicos. Medios de comunicación interviniendo en la gestión pública e interpretando la esfera pública desde la “objetividad” editorial y la lealtad democrática. Estrategias de comunicación política que partían de escuchar y respetar a la gente. Comunicación institucional elaborada sobre el estudio de qué se tiene que decir, la elección del concepto y relato que se va a contar, y la determinación de los objetivos por los que se quiere luchar.


Persuasión, pedagogía, sensibilización, movilización, han constituido conceptos perseguibles con el buen uso de la comunicación política, con el loable objetivo de conseguir la cohesión social.

Sin embargo, o yo estoy viviendo un mal sueño, o de repente, la comunicación política e institucional instalada en nuestra democracia, parece que se dirige a una “nueva” normalidad.
Una normalidad que contempla el vaciamiento de lo emocional frente a lo sensiblero, donde transformamos los muertos y el dolor de decenas de miles de familias, la extenuación y el riesgo de los sanitarios o las colas de miles de personas ante los bancos de alimentos, en números y estadísticas frías, aplausos y vídeos caseros alienantes o el orgullo coyuntural de una solidaridad ciudadana obligatoria.

Se trata de una “nueva” normalidad donde prima la correa de la financiación en unos medios de comunicación convertidos en herramientas propagandísticas, despojados de todo freno ético y estético.

Avanzamos hacia unas estrategias de comunicación política donde ya no se escucha ni se respeta a la gente porque el poder (y la crisis) legitima todos y cada uno de los pasos propuestos en favor del pueblo desprotegido e ignorante.

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La comunicación institucional camina por senderos donde sus portavoces no saben qué tienen que decir, quizás porque el objetivo perseguido sea inconfesable. Los relatos son simples guiones más o menos épicos que buscan las tripas más que los valores.  

Persuasión, pedagogía, sensibilización, movilización quedan, normalmente, huérfanas de patrocinadores que encuentran más rédito en la división, el frentismo o la superioridad moral. Pareciera que la búsqueda de la cohesión social no fuera ya objetivo ni de políticos ni de instituciones.

Estas ramas descritas en los párrafos anteriores, difícilmente pueden nacer de los troncos de la claridad, la credibilidad y el corazón. Y no se trata sólo de una mala gestión de la crisis y su comunicación. Parece algo más profundo. Ojalá me equivoque. Ojalá sea un mal sueño.