domingo, 30 de noviembre de 2014

La palabra: imagen de nuestras ideas

Estaremos de acuerdo en que cualquier mensaje que hoy en día se quiera colocar en el colectivo que nos escucha, debe ir sustentado de un relato. Y nada mejor para conseguir un buen relato que aquél que provoca en el receptor una imagen que lo hará perdurar en el recuerdo. 

Al margen de las herramientas audiovisuales que en esta época nos asisten, quiero reivindicar la PALABRA como la perfecta imagen de nuestras ideas. De tal manera que, será importantísima la elección de la palabra para conseguir una adecuada imagen que sostenga nuestro relato, que ayude a la persuasión de nuestro mensaje. Se trata de algo esencial cuando queremos hablarle no sólo al entendimiento sino también a los sentidos donde quedarán impresas las imágenes de las grandes ideas. Deberemos, pues, saber elegir y emplear las palabras de tal forma que den mayor esplendor, hermosura, fuerza y claridad a nuestro mensaje.
Quiero traer hoy un clásico resumen de diferentes tipos de palabras que, bien elegidas, conseguirán imágenes más nítidas y potentes para nuestro relato y, por consiguiente, mayor contundencia y persuasión de nuestro mensaje.

Las palabras figuradas. A veces, las palabras sencillas y que están en boca de la mayoría consiguen dar fuerza y virtud a la expresión. Aunque en sí mismas no tengan una hermosura y fuerza especial, trasladadas, en ocasiones, a personas y objetos que sólo pueden admitirlas por semejanza se transforman en imágenes potentes. Expresiones como "cuando un pueblo enérgico y viril llora la injusticia tiembla" (Fidel Castro) nos permiten conseguir mayor fuerza utilizando palabras habituales. Qué duda cabe que, en este sentido, la metáfora, la sinécdoque y la metonimia vendrán siempre en nuestra ayuda.

Las palabras enérgicas. No hablamos aquí de la fuerza de la razón sino de las propias palabras que, no sólo por su significado, sino por la propia dicción añaden energía. Podemos conseguir de esta manera imágenes enérgicas que harán fuerte nuestro mensaje. La energía en la palabra no necesita de vocablos refinados o extraordinarios; basta que representen imágenes vivas, aunque sean de uso común. Por ejemplo, las de Moisés: "enviaste, Señor, tu ira que los consumió como una paja"

Los adjetivos. Como sabemos, son las palabras que demuestran las cualidades de las personas o cosas. Los adjetivos pueden aportar también energía a nuestro relato, sobre todo si estos adjetivos son figurados. Por supuesto, nos servirán también para expresar con mayor intensidad los afectos y los sentimientos. W. Churchill: "hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política"  (Llamo aquí la atención para no convertir, con el uso de adjetivos, el discurso en un discurso poético, lo que provocará que se convierta en frío, hueco y falto de energía y esplendor). 

El número. Elegir acertadamente el número, contribuye mucho a animar la expresión del discurso. Si lo que buscamos es conseguir un pensamiento con mayor fuerza podemos cambiar el número de plural a singular: "el hombre es un lobo para el hombre"(Hobbes). Si lo que pretendemos es crear una imagen de abundancia, extensión, frecuencia etc. utilizaremos el plural para conseguirlo.

Los pronombres. Ellos también pueden colaborar sutilmente en la construcción de una sólida imagen de nuestro relato. Los demostrativos le dan fuerza y énfasis a la idea "aquel excitante curso"; pero además, en ocasiones, nos sirven para enfatizar irónicamente condiciones negativas.

Las voces expletivas. Son las voces que se emplean para hacer más llena o armoniosa la locución. Suelen ser adverbios colocados estratégicamente en la frase le conceden más fuerza, "Esto sí que es Hollywood" (Ana García Siñeriz).

Hasta aquí, con mi deseo de que seamos capaces de conseguir la imagen adecuada para nuestro relato a través de la palabra.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Los talentos de la elocuencia

Lo suelo comentar con los clientes que acuden a mis entrenamientos de oratoria: el éxito de un buen orador estriba en enseñar, mover y deleitar. Tratemos pues de dominar la elocuencia que no es otra cosa que "la facultad de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir". (DRAE)

Podemos entonces afirmar que dos cuestiones han de confluir en un orador: la razón y el corazón. La razón para convencer y enseñar, y el corazón para conmover y persuadir. Y ¿cómo adiestramos a la razón y al corazón? ¿Cómo alimentamos la elocuencia? ¿Qué talentos necesitamos para concluir que podemos abordar dignamente el arte de la oratoria? A continuación repasamos algunos de ellos que se proponen desde antiguo por quienes dedicaron esfuerzos al conocimiento del ser humano.

El primero de ellos, la sabiduría. Difícilmente conseguiremos trasladar nuestro mensaje si no conocemos su contenido, si no hemos pensado y reflexionado sobre él. El gran poeta Horacio reconoció que la sabiduría era principio y fuente de escribir bien. Una sabiduría que va más allá de la simple erudición. Por lo tanto conozcamos aquello que queremos transmitir para que, ayudados de nuestra propia reflexión, podamos elaborar nuevas ideas sólidas, nuestras propias ideas.

La imaginación. Se trata de un talento que nos permite reducir a imágenes nuestros conceptos abstractos. La experiencia vivida y nuestra memoria ayudarán mucho a este fin. Resulta muy interesante, utilizando las dosis y ejemplos prudentes y sin excesos poéticos de imaginación, comprobar cómo un orador es capaz de conmover los ánimos de un auditorio. En nuestro objetivo de persuadir, nos daremos cuenta que ocupa un lugar de similar importancia la imaginación y la razón. No basta con la verdad porque no se entiende lo que no se puede imaginar, no se comprende lo que no se siente y no se persuade a quien no se le conmueve.

Los sentimientos. O los afectos. O por mejor decir, el ánimo. Empezando por el propio. ¿Cómo podremos conmover el ánimo de quien nos escucha si tenemos el nuestro apagado? Podremos expresar con calor aquello que sentimos con entusiasmo. Nos ayudará a expresarnos el calor del corazón y la naturalidad de emocionarnos con lo que sentimos. La sencillez ayudará a intensificar el afecto. Si además somos capaces de combinar corazón e imaginación, seremos capaces de completar la mezcla necesaria para persuadir aún cuando tengamos carencia de alguno de los dos elementos. Recordando lo que leí en un viejo manual, la prueba de que los momentos más sublimes vienen dictados por el corazón y no por algo preparado con la frialdad de lo artificial, es que los enamorados olvidan fácilmente lo que dijeron a su amado el día anterior porque lo dijeron fruto del sentimiento y no del estudio.

El ingenio. Efectivamente: la capacidad del hombre para discurrir es otro de los talentos de la elocuencia; probablemente sea el principal porque
se trata de una disposición natural, nacida con nosotros mismos. Esta fuerza es la que nos hará crear y producir nuestras propias ideas, nuestros propios mensajes, nuestros propios pensamientos. Con ingenio se encontrará la defensa en el ataque; con ingenio se encontrará la salida al éxito en la adversidad. Por cierto, el ingenio no es la extensión de la memoria, aunque en ocasiones el ingenio puede suplir a la memoria, cosa por otra parte poco recomendable para no caer en brazos de la improvisación, enemiga mortal de cualquier persona que haya de presentarse en público con su palabra.

Y hasta aquí. Lo siguiente sería hablar de los componentes de la expresión. Pero eso será ya otro día...

martes, 11 de noviembre de 2014

La comunicación también es política: #9N

Incluso en un blog de "comunicación, oratoria y protocolo" como pretende ser este "Obrador de palabras" es imposible no escribir un 10 de noviembre sobre lo ocurrido ayer en Cataluña. Muchas son (y todavía quedan) las interpretaciones de politólogos, consultores políticos, asesores de comunicación, periodistas, políticos, partidos... incluso instituciones. Aquí va la mía por si sirve de reflexión o controversia a cualquiera que tenga a bien leer estos párrafos.

Fue el griego Plutarco el que dijo que "hablar es sembrar; escuchar es recoger". Y quizá, a partir de ayer, todos y cada uno de los participantes en el espectáculo llevado a cabo, recojan lo que escuchen pero sobre todo, lo que han sembrado (hablado o callado).
La política es legalidad, pero también hechos, también gestos, también comunicación.

No voy a entrar en la parte que tiene que ver con la legalidad, muy importante, y en la que parece que van a entrar jueces y fiscales aunque sea tímidamente. Esa parte de la batalla tiene sus tiempos. Pero sí quiero analizar la parte que tiene que ver, precisamente, con la comunicación, parte también muy importante de este escenario en el mal llamado proceso de participación ciudadana.

En este caso, centro mi atención en cuatro ámbitos que, para mi, son fundamentales. Las palabras, los mensajes, los gestos y las imágenes.

Las palabras importan, y mucho. ¿Por qué no se han utilizado correctamente? Una vez más, una minoría (al más puro estilo "gramsciano") ha colocado su terminología sobre el colectivo. Términos como "consulta", "derecho a decidir", "proceso de participación ciudadana", "legitimidad", "pueblo catalán"... han ocultado los conceptos de "ilegalidad", "mayoría", "soberanía nacional", "estado de derecho" o, por ejemplo, "secesión" que significa ni más ni menos que "acto de separarse de una nación parte de su pueblo y territorio".

Los mensajes. Aparentemente han sido claros desde el gobierno y los partidos constitucionalistas, pero ¿dónde ha estado el problema para que en la conciencia colectiva haya pesado más el mensaje de los "independentistas"?, o mejor dicho que no se haya sentido la contundencia en el mensaje del gobierno de España. Y no podemos echarle la culpa sólo a los mensajeros. ¿Cómo es posible que con un 28% en un proceso que ha tenido menos garantías que una votación en la Chimbamba quien ha perdido parece que ha ganado? ¿Cómo no se ha atacado el propio proceso por irregular, antidemocrático, falto de limpieza y rigor? ¿Por qué no se contraponen con fortaleza objetiva los números, no ya del resto de España sino de la propia Cataluña? etc. etc.

Las imágenes. También muy importantes y que los "independentistas" han manejado a su antojo en todo el territorio nacional. Se les ha dejado importantes huecos y quienes han intentado contrarrestar no han tenido el peso mediático suficiente. Quizás alguien pensó que el mejor lugar para estar los días previos al 9N era Extremadura en una convención de cargos electos del partido del gobierno (desde luego era otra posibilidad). Sí me parece acertado, sin embargo, no haber caído en la trampa de la posible foto del guardia civil retirando la urna de cartón. Pero el domingo y el lunes... han campado a su antojo, así cualquiera. 

Los gestos. Me quedo con uno. Comparecencia de valoración, sin preguntas, en nombre del Gobierno, del recién nombrado ministro de Justicia (por cierto, a día de hoy, un auténtico desconocido). Pretender dejar este asunto en el ámbito de la justicia me da idea de que, una vez más, se ha optado por perfil bajo. Lo que pasa es que muchos millones de catalanes y muchos millones de españoles se han quedado huérfanos de liderazgo político durante la jornada de domingo y lunes (me remito a la lectura de la prensa de hoy).

Son formas de ver los escenarios. Espero estar equivocado. Veremos las consecuencias. Imagino que en días sucesivos se intentará redirigir con serenidad y fortaleza todo este desaguisado. Siguiendo a Plutarco, si poco se habló, poco se sembró. Si poco se escucha, poco se recoge.